Desde Contrainfo
Nota previa de Solidaritat Rebel: Publicamos la carta de la compañera anarquista de Barcelona encarcelada desde hace varios meses en Alemania, acusada de haber atracado un banco en Aachen. Actualmente se está celebrando su juicio. La siguiente carta está escrita en el contexto del 8 de marzo, el Día Internacional de la Lucha de la Mujer.
La versión en alemán y en inglés está aquí.
Abajo el Patriarcado
sobre las injusticias sociales, racistas y patriarcales
Es bien conocido el hecho de que, también aquí en Alemania, vivimos en una sociedad totalmente desigual. La clase alta está bien asegurada y protegida, no tiene preocupaciones existenciales y, a pesar de todos los problemas generales que hay en el mundo, puede ofrecer a sus hijxs un futuro lleno de esperanzas, algo que las clases bajas no tienen a su alcance.
Mientras que una pequeña minoría se hace cada vez más rica, la mayoría de la gente sobrevive a un nivel de subsistencia mínimo, trabajando por unos sueldos de mierda y empujada hacia un consumo cada vez más sin sentido, todo esto para que este sistema avaricioso en que vivimos se mantenga en pie. Mientras que unxs pocxs están tomando el sol en sus yates de millones de dólares en el Mediterráneo o se desplazan en sus jets privados por todo el mundo, hay muchísimxs otrxs que no pueden ni siquiera permitirse unas vacaciones de verdad, aunque sea una sola vez en su vida, y mucho menos pagar el alquiler, facturas de electricidad o ponerse una nueva dentadura. Mientras que lxs super ricxs frente a las obligaciones tributarias pendientes pueden proteger la riqueza que acumularon en todo tipo de paraísos fiscales o salvarla a través de algunas empresas fantasma y, por regla general, ni siquiera se les persigue jurídicamente por ello, hay gente que pasa en la cárcel meses o años enteros por las multas o hurtos, es decir por cantidades de dinero que lxs ricxs se gastan un día cualquiera en cuestión de minutos.
El Estado y los medios de comunicación nos cuentan que todo el mundo es igual ante la ley, pero incluso lxs niñxs saben que lxs ricxs y poderosxs nunca acaban en la cárcel porque sus abogadxs, buenxs y carxs, inmediatamente les van a sacar de allí. Quien sin embargo tiene sólo unxs malxs abogadxs o, por motivos sociales o raciales, está consideradx como “sospechosx habitual”, simplemente tiene malas cartas. Y quien, además, no sabe alemán o no puede leer y escribir, de hecho no tiene ninguna oportunidad de defensa y necesita una asistencia permanente, algo que pocas veces sucede. A la sociedad eso le da igual. Se mantienen las habituales preconcepciones acerca del “enemigo imaginario” que van desde “extranjerxs criminales”, “terroristas” árabes y magrebíes hasta lxs “refugiadxs peligrosxs”, a quienes hay que prohibir la entrada o deportar. Alemania se presenta a sí misma como un “país abierto al mundo” que además acoge a lxs refugiadxs, pero esto vale sólo para lxs que son capaces de integrarse exitosamente en el sistema de trabajo, de quienes se puede sacar un beneficio económico y lxs que pueden ser comercializadxs en el papel de víctima. Sin embargo, cuando entran en Alemania junto con sus familias o con las llamadas “bandas”, para simplemente poder sobrevivir mejor en un país más rico, o cuando quitan de lxs que tienen más que ellxs, además de ser encerradxs o deportadxs, sus casos son usados para fortalecer y justificar una política xenófoba. Para el Estado lo importante es, ante todo, los derechos de lxs ricxs y la protección de su propiedad. Cualquier persona que viole la propiedad, será castigada por ello con proporcional dureza. La cárcel está, por lo tanto, llena de los llamadxs “ladronxs”, “estafadorxs”, “atracadorxs” y “carteristas”, y no de “asesinos y violadores”, como a menudo se presenta. Y el porcentaje de extranjerxs es, por supuesto, muy alto, y no porque “lxs extranjerxs sean más criminales que lxs alemanes”, sino porque pertenecen generalmente a las clases más bajas. En un país receptor de inmigrantes como Alemania eso siempre ha sido así y lo seguirá siendo.
Pero hay otro tema que supera incluso todas las mencionadas injusticias y opresiones estructurales; el de la violencia patriarcal. Y a las mujeres encarceladas les toca triplemente. El porcentaje de mujeres con respecto al número total de presos es bajísimo. Por lo tanto, nadie tiene en cuenta sus necesidades. Las condiciones de salud, médicas e higiénicas para las mujeres y en los asuntos específicos de la mujer son malísimos. Básicamente, siempre hay muchas más actividades, instalaciones deportivas y opciones de hacer cursos o estudiar para los hombres que para las mujeres. La mayoría de las mujeres vienen, más o menos directamente, de una situación de violencia doméstica o sexual, a menudo obligadas por sus esposos o padres a robar o están aquí dentro por haberse defendido contra sus torturadores.
El Estado y la sociedad machista reaccionan de manera sexista, mostrándose escandalizados cuando las mujeres realizan actos criminales, especialmente cuando una mujer toma un papel que por lo general sólo suelen jugar los hombres. Por otra parte, incluso hoy en día, el Estado sigue queriendo decidir sobre el cuerpo de la mujer y si una mujer no le entrega el dominio sobre su propio cuerpo tiene que rendirle cuentas a nivel penal. Eso no ha cambiado desde la Edad Media, sólo que ya no son quemadas como brujas en la hoguera, sino que acaban en la cárcel. Mientras que los hombres encarcelados a menudo son visitados por sus esposas, raramente sucede al revés. A menudo los esposos de las mujeres encarceladas están ellos mismos en la cárcel, en clandestinidad o simplemente no se preocupan por ellas. Además, casi todas las mujeres en la cárcel tienen hijxs fuera y lo que supone otro problema, que alguien tenga que hacerse cargo de ellxs. Por lo tanto, muchas veces la mujer es obligada a alimentar y mantener a su familia desde la cárcel, a pesar de que resulta extremadamente difícil organizar tantas cosas desde aquí dentro. En el mejor de los casos, la mujer tiene al menos a su propia madre fuera para ayudarla. Al fin y al cabo, en casi todas las culturas, la mujer encarcelada es mal vista y despreciada y más aún si se supone que “se ha vuelto violenta”, ya que el papel tradicional de la mujer le niega cualquier tipo de auto-empoderamiento. Por lo tanto, la estructura patriarcal del Estado y del código penal colaboran con las relaciones familiares de la violencia en contra de la mujer para controlarla y oprimirla . No obstante, a pesar de esta devastadora realidad, siempre sigue habiendo unas pequeñas, pero llenas de esperanza, chispas de autodeterminación y autoorganización entre las mujeres aquí en la cárcel. Puede ser que la empatía sea a menudo mayor de la que existe entre los hombres presos, en ciertas situaciones se ayudan las unas a las otras o se comportan de manera solidaria con las más débiles, más desfavorecidas o las rebeldes. Cada uno de estos pequeños gestos y posturas es por supuesto esencial, tanto para cada una en su camino en prisión como una señal contra todas estas opresiones y sistemas de obligación.
La lucha continúa ¡hasta que todas las prisiones se derrumben!
Por la liberación total de todos los sistemas de dominación sociales, racistas y patriarcales.
Fuerza, coraje y rebeldía.
¡Libertad para todas!
Enero de 2017